El neuromarketing detrás de Bombardino Cocodrilo
¿Qué es lo que hace que no podamos dejar de ver los vídeos de Bombardino Cocodrilo, Ballerina Capuchina y compañía?
Josu Basterra Gilabert
5/13/20252 min read
¿Por qué no podemos dejar de ver a Bonbardino Cocodrilo?
Hay algo hipnótico en ese cocodrilo con cuerpo de avión y voz pseudo-italiana que se ha colado en todos nuestros feeds.
Al principio lo ves con escepticismo, luego sonríes, y de pronto ya estás buscando la versión remix, el vídeo de la hermana gemela «Ballerina Cappuccina» o algún otro de estos inquietantes personajes.
¿Qué ost*** tienen esos dibujos para embobarnos de tal manera?
Pues la respuesta está —literalmente— en nuestro cerebro.
Ver algo tan inesperado como un reptil que vuela y canta hablando un italiano que ni Joaquín el del Betis genera un pequeño cortocircuito en nuestro sistema de predicción. El cerebro, diseñado para anticipar lo que va a pasar, se ve superado por lo absurdo de la escena y… ¡clic! Sorpresa. Y con la sorpresa, llega la dopamina, esa sustancia que asociamos al placer y a la curiosidad.
Pero la clave no está solo en lo absurdo. Está en lo variable.
Cada vídeo de estos personajes tiene un giro: no sabes si va a cantar, bailar, explotar, qué nuevo personaje va a aparecer… Esa imprevisibilidad nos atrapa como una tragaperras. Es lo que se conoce como «recompensa variable», uno de los mecanismos más adictivos que existen y que también usan las redes sociales para que sigamos deslizando.
Y luego está el bombardeo (nunca mejor dicho) sensorial: colores estridentes, transiciones rápidas, sonidos sintetizados con ritmos reconocibles, todo diseñado para capturar nuestra atención antes de que decidamos hacer otra cosa. De hecho, muchas de estas decisiones se toman en los primeros 200 milisegundos, cuando aún no somos plenamente conscientes de lo que estamos viendo. Bondardino entra por los ojos y se queda pegado en los oídos.
Por si fuera poco, el jingle ridículo y pegajoso se convierte en un earworm, ese tipo de melodía que tu cerebro reproduce en bucle sin tu permiso; y como colofón, está el refuerzo social: cada vez que alguien comparte el vídeo o lo comenta, el algoritmo lo premia y tú vuelves a encontrártelo → Y lo compartes tú también → Y vuelta a empezar.
Este fenómeno no es casualidad. Es una tormenta perfecta de dopamina, diseño sensorial y cultura digital participativa. Es neurociencia con disfraz de meme. Y nos guste o no, nos dice mucho sobre cómo se atrapan nuestras emociones en la era de los contenidos virales.
Así que la próxima vez que veas al bueno de Bondardino volando por tu pantalla, recuerda: no es magia, es ciencia, y funciona.